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Resurgir

  • Nicole Franco
  • Aug 24, 2017
  • 2 min read

Ella se cortó el pelo.

Se destapó de la cintura para arriba, dejando caer su cabello sobre los hombros punzantes, y las horquillas acariciaban su cintura cubriendo toda su espina dorsal.

Se vio al espejo, vulnerable. Todos sus huesos resaltaban de su cuerpo como relieve tosco, desafiando la luz magenta de aquel baño. Sus labios púrpura y pestañas densas contrastaban grotescamente con la piel sin color que cubría su alma corrompida.

Ella se cortó el pelo.

Con su mano izquierda tomó unas tijeras que parecían ser instrumento quirúrgico. Y es que el acto fue profético. Extirparía en pocos instantes un tumor que ella misma dejó crecer dentro de sí. Se había convencido a sí misma de que su organismo estaba puro, más los tejidos cancerosos se entronaron en sus entrañas. Debía someterse, entonces, a una intervención médica. Quería volver a la pureza.

Ella se cortó el pelo.

Se echó hacia adelante, colocando sus manos a ambos costados del lavamanos. Sintió el mármol frío del amueblado y levantando bandera blanca enterró la barbilla en su esternón. Se miró a los ojos a través del cristal. Sus dientes rajaron su labio inferior con fuerza mientras su lengua lo presionaba contra el paladar. Tomó el control de su vida y le puso un alto al dolor. Recortó entonces, con brusquedad y sin cuidado, su cabello largo.

Ella se cortó el pelo.

Como una rosa pierde sus espinas, a machetazos. Como tiras de una venda sobre una herida abierta, sin misericordia. Tijeretazos cerca del cuello la hacían libre de su pasado cabello a cabello, mientras sus ondas color castaño caían al piso. La luz magenta iluminó también aquel cabello caído. Éste permaneció en el piso junto con la culpa que nunca debió cargar y el amor que nunca debió forzar.

Ella se cortó el pelo.

Sin piedad, sin ataduras, sin preocupación. Terminando el acto su columna quedó al aire. Expuesta de nuevo al vacío, al viento frío que había en aquel lugar. Una vez más, podría andar de cabello suelto y no sentir la claustrofobia que le causaba su cabellera y un amor muerto encima.

Ella se cortó el pelo.

Y libre caminó hacia la luz blanca del día, nunca más vivió entre luces magentas y mármoles fríos. Nunca más aceptó amores tan viles. Suelta volvió a vivir.

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