Como llega el invierno
- José Javier Gálvez
- Apr 16, 2017
- 2 min read
El invierno llegó tan rápido, que nadie pudo decir si primero había caído el primer copo de nieve, o la última hoja de árbol.
Muy pronto, los pasos en la calle dejaron de arrancar crujidos quejumbrosos del suelo al quebrarse las hojas y se convirtieron en cómplices del silencio, sofocados por la enorme alfombra blanca que cubría el pavimento.
Las calles prorrumpían en alaridos gélidos que el viento traía consigo del norte. Yno se oía nada más que su paso por las paredes de ladrillo en un viaje violentamente maratónico.
Y ella… Llegó tan rápido como llegó el invierno.
Nadie podría haberlo predicho, porque al día más brillante lo sucede la noche más oscura, porque al verano más caluroso,lo sucede siempre, como aquella vez, el invierno más frío. Porque a la risa más estruendosa, la sucede el llanto más amargo.
No habría sido para menos. Ella llegó tan temprano que tuvo tiempo de sentarse junto a la cama, viendo la vela de la mesa de noche consumirse lentamente, hasta apagarse como la vida.
Llegó rápido y en silencio. Tanto silencio que nadie había notado su presencia entre el trajín de aquella casa. Tanto silencio que el perro no ladró cuando ella entró.
Llegó tan rápido que incluso cuando los doctores hubieron llegado, ella ya había hecho lo suyo.
Él aún estaba vivo. Pero nada podría evitarlo. Sus ojos se cruzaron con las cuencas vacías de ella. Sintió un frío horrendo, y dejó de escuchar las palabras de los médicos, al final, banales.
-¿Por qué? -le preguntó.
No hubo respuesta.
Ella lanzó un suspiro y se puso de pie. Nadie supo decir si primero cayó su lágrima, rodando por su mejilla, o se apagó su vida.
Ella había hecho lo suyo.
Como siempre, los humanos estaban tan ocupados intentando evitar lo inevitable que le dieron permiso tácito de retirarse como había llegado. Rápido y en completo silencio.
Pero era invierno. Y en invierno, en el invierno más frío, justo al final de las risas más estruendosas, habían llegado de nuevo los llantos más amargos.
Ella salió de la casa. Se ajustó la bufanda. Hasta ella sentía frío. No por el invierno. Por sí misma.
De su bolsillo, sacó un papelito arrugado con una dirección. Levantó la vista y encontró el lugar.
Llegó. Llegó rápido y en silencio.
Justo como llega el invierno.
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